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Cierzo

Poesía creativa

Comencé y acabé el mismo día un curso de poesía creativa. Estaba convencida de que con un poco de ayuda conseguiría pulir mis versos y escribir Poesía. Sí, Poesía con mayúscula, de esa que deja su huella en el alma de quien la lee.

Preparé mi libreta y afilé mi pluma. Con la cabeza llena de ideas y el corazón brincando emocionado, me lancé al mar de las palabras, pero ¡oh desengaño! Navegaba a la deriva entre consejos manidos: escribir solo cuando se esté predispuesto, aprender de los grandes poetas, usar el lenguaje con precisión, escuchar el ritmo, buscar la armonía...

Naufragué enseguida: muestre lo que lleva escondido, interróguese, diga lo esencial, sugiera, construya un mundo, déjese influir, recurra a la cantera de su memoria, evoque un sueño, experimente, cree fuego desde una chispa, sea natural, conciso...

No me enseñaron lo que necesitaba saber. ¿Cómo rayos se consigue transformar una emoción en Poesía? Mis versos nacen de una íntima necesidad y del instinto que me los dicta, no me hago ilusiones sobre el valor de los resultados y el mérito que se les atribuye viene por añadidura.

Expresar lo inexpresable es la cualidad que distingue al poeta de los demás hombres, él crea electricidad con las palabras, su vista llega más lejos, hasta rincones desconocidos donde estalla la magia, su oído distingue ecos remotos, su voz es inmortal. Esto es lo que pretendo.

Murió en mí la ilusión de ser poeta. Me han suicidado por escribir de la única manera que sé: con las vísceras. Lo que piensas y lo que sientes no es Poesía, me dijeron. ¿Qué queda entonces?

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