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Cierzo

Loa al plagiario

Loa al plagiario Se entiende por plagio hacer pasar como propias las opiniones, ideas o escritos ajenos.

A mí me han plagiado tres veces, que yo sepa. Mi primer plagiario fotocopió uno de mis cuentos eróticos y le puso su nombre. Tuvo la desdichada ocurrencia de entregárselo a una compañera de trabajo, que se ofendió hasta el punto de demandarlo judicialmente por acoso sexual. Atribulado, solicitó mi ayuda, quería que testificara a su favor en el juicio declarando que yo era la autora del texto y no él, no le serví de mucho y acabó perdiendo el juicio y el empleo. El segundo plagiario le puso una añagaza preliminar a otro de mis cuentos eróticos, sustituyó algunos adjetivos por sus sinónimos y firmó la copia casi literal sin que le temblara el pulso. Por puro azar, descubrí esta obra colgada en un web. Informé al administrador del hecho y le remití la información pertinente que me acredita como autora, él procedió a retirarla de inmediato. El tercero, un estudiante de bachillerato, debía componer un poema como ejercicio de la clase de Literatura, al no ocurrírsele nada digno de obtener buena nota, copió uno de mis poemas y puso su nombre bajo el título. La profesora se olió el engaño y buscó la obra en Internet, allí estaban los versos que su alumno había presentado a examen, pero con el nombre de su legítima autora: yo. Junto con un cero escrito al lado de la palabra calificación, el chaval recibió un folio en el que figuraba impreso el poema, su autor y la dirección de la página, una entre varias, que lo había publicado. Abochornado, me escribió para excusarse por su falta, a la vez que me felicitaba por mi trabajo.

Al conocer el hecho, el editor literario de la empresa que publica mis relatos eróticos se molestó muchísimo y despotricó contra los caradura. Mi reacción innata en estos casos ha sido la misma: enfado. Aunque dándole vueltas al asunto y tras leer un artículo del escritor Roberto Hernández, me di cuenta de que si algo debía sentir por mis plagiarios era gratitud.

Al plagiario se le suele despreciar, pero, por el contrario, habría que apreciarle. En él no hay ambición perversa, no es alguien que desea tanto el reconocimiento que lo roba, es alguien que tributa un claro homenaje al que ya lo tiene o a quien se lo adjudica con su acción.

Más que al recibir premios, reconocimiento de la crítica, éxito de ventas, el escritor sabe que ha llegado al Parnaso cuando le plagian. La estima del público suele ser voluble; la crítica, miope, cuando no mezquina; el éxito comercial efímero, por eso la mayor satisfacción para un autor es ser plagiado.

El plagio es una complicidad amorosa, reverente, devota; la infinita recompensa de haber llegado a conmover y a encandilar a una persona que te admira y te imita repitiendo palabra por palabra un escrito ajeno y venerado. No hay otro triunfo que se le pueda comparar, y a mí me toca por partida triple.

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