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Huelga por la dignidad

Huelga por la dignidad

La huelga general del 29 de marzo ha sido por la dignidad de las personas y no solo contra una reforma laboral que comporta más recesión y precariedad en los derechos laborales y sociales, así como un aumento del poder empresarial, que puede imponer su criterio de manera unilateral.

La reforma, detonante de la huelga, es una reforma hecha de muchas reformas. Es la reforma del despido, tanto por la bajada de su coste como por la ampliación de las causas, entre las que se incluye la previsión de disminución de ventas, ni siquiera de ingresos. Y lo que provoca, en la práctica, no es la reducción en las indemnizaciones de 45 días por año trabajado a 33, sino que irá directamente a los 20 días, por tanto, supone una bajada de los costes laborales en despido cercano al 70%.

También es la reforma de la rebaja del salario, sin ningún motivo de proporcionalidad, una disminución de ventas en dos trimestres es suficiente para reducir los salarios y aplicar movilidad funcional o geográfica. ¿Qué actividad económica, por estable que sea, no tiene dos trimestres peores que los anteriores en algún momento de su existencia? Si no tragas con las nuevas condiciones, te despiden y listo. Pero esto solo es la fachada de la reforma, el impacto directo e inmediato ya lo estamos padeciendo: en un mes de aplicación, se han triplicado los ERE.

Detrás de estos cambios hay una reforma estructural, encaminada a la destrucción de las relaciones laborales y de los derechos mínimos que teníamos en el mercado de trabajo. Hasta ahora, en legislación y teoría laboral se hablaba de las relaciones laborales; a partir de ya, hablaremos de las imposiciones empresariales. La empresa se convierte en juez y parte, pues la reforma le otorga el don de la verdad absoluta. La empresa decide si existe causa y la aplica, y ni la autoridad laboral, ni en algunos casos los juzgados, podrán entrar en el fondo de la causa, llegando al extremo de que el trabajador sea culpable hasta que se demuestre lo contrario. Es decir, en caso de despido, será el trabajador quien deberá demostrar la improcedencia y no la empresa. Se sustituye el "in dubio pro operario" por "in dubio pro empresario".

Teníamos una legislación que buscaba cierto equilibrio entre trabajador y empresa, este equilibrio, en buena parte, ha desaparecido: autorización pública de los ERE, mediación en el convenio o en el Tribunal Laboral…, unos instrumentos que favorecían la negociación y el acuerdo. Este equilibrio ha desaparecido y, por tanto, habrá que recurrir más a los juzgados y a la conflictividad laboral, se optará por la movilización, la radicalización y la huelga. Recursos que no agradan ni convienen a nadie.

Esta reforma cambia nuestro modelo social y nos iguala a los países en desarrollo. Si con los acuerdos anteriores habíamos negociado con el empresariado una flexibilidad sectorial, ahora será impuesta, además de arbitraria, y no nos ayudará a mejorar la competitividad y la productividad de las empresas, que es un objetivo prioritario. Si la reforma solo trae una bajada de sueldos y de cotizaciones, más despido, rebajas de cuota empresarial y de seguridad social, pronto nos dirán que el sistema de pensiones es insostenible y que hay que reducir las pensiones, recortar las prestaciones por desempleo, las ayudas sociales…

Resulta contraproducente continuar con políticas de recortes, en educación, en sanidad, en derechos… Estas políticas de austeridad agudizan la crisis y consiguen que aumente el paro. Si se combina austeridad y reactivación económica surgirán nuevas oportunidades, algo que empieza a producir buenos resultados en otros países; de lo contrario, estamos condenados al fracaso. A estas alturas, hay que rebelarse. La resignación nos deja en una situación insostenible. Muchas personas han perdido incluso la vida en una lucha por avanzar en derechos y no debemos renunciar a lo logrado como si tal cosa. Quienes creemos en la gente, en el progreso, en superar las dificultades, no podemos continuar impasibles ante una reforma tan profunda del estado del bienestar, consintiendo que se destruyan los pocos asideros que aún quedan, viendo cómo vamos hacia la privatización y el encarecimiento de la educación, de la sanidad.

Si solo los ricos estudian, solo los ricos sabrán, cantaba Raimon. Depende de todos que el progreso no se detenga, buscar otras formas de desarrollo. Somos muchos y podemos.

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