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Cierzo

El fin de los estudios clásicos

El fin de los estudios clásicos

Hace unos meses el responsable de Salut de la Generalitat de Catalunya, Boi Ruiz, dijo que si uno quiere estudiar Filología Clásica por placer, se lo tendrá que pagar. Dejando al margen las ampollas que levantaron sus palabras entre quienes cursan o imparten estas enseñanzas, el debate se plantea en torno a si todos los estudios universitarios no son “por placer”, porque ir a la universidad es una opción, no una obligación.

La opinión de Ruiz se basa en el escaso valor que las administraciones le conceden a los estudios clásicos, en concreto a las Humanidades: latín, griego, literatura, filosofía, historia… Los planes de estudio actuales no contemplan la enseñanza del latín ni de la filosofía durante la etapa escolar obligatoria, incluyen la historia como parte de la asignatura de ciencias sociales y la literatura se aborda en las clases de lengua. También durante el bachillerato los alumnos pueden excluir algunas de estas asignaturas y llegar a la universidad para cursar Derecho o Historia sin haber estudiado nunca latín ni griego, por ejemplo.

Tal vez los responsables de planificar la formación académica de los ciudadanos tienen muy claro que no necesitarán estas enseñanzas, que en el mundo que van a vivir esos conocimientos no les servirán de nada. “Parece que las Humanidades entren dentro de la categoría de lo inútil y por eso es frecuente preguntar para qué sirven; si su utilidad la medimos en términos de rendimiento económico o de aplicabilidad, la respuesta quizá sea para nada; pero si pensamos en sus beneficios en términos de valores, de conocimientos, de la información que nos dan y cómo nos ayudan a pensar, sí que sirven”, asegura Laura Borràs, profesora de Literatura de la Universitat de Barcelona, investigadora sobre tecnologías digitales y defensora de las Humanidades digitales.

No puedo estar más de acuerdo con esta aseveración. De las Humanidades depende nuestra visión del mundo porque nos ayudan a comprender la realidad, a interpretarla, y quienes cuestionan su utilidad, denotan una mentalidad absolutamente materialista ya que consideran que uno estudia para ejercer una profesión, no para formarse como persona.

En el curso 2008-2009, el 8,5% de quienes estudiaban en las universidades públicas presenciales se habían matriculado en grados o licenciaturas encuadrados como de Arte y Humanidades. ¿Por qué? Cabe suponer que estas personas verán alguna salida a estos estudios, no para dedicarse a ejercer un oficio pero que sí para adquirir una aptitud y una actitud que tendrán luego una amplia aplicación laboral. La literatura, por ejemplo, ayuda a mejorar el nivel lingüístico, a saber elaborar un discurso y a argumentar ideas.  Y en esta materia, me llama la atención que el sistema educativo actual considere que estudiar literatura no sirve para nada desde un punto de vista económico y desde las administraciones públicas se pongan en marcha campañas para fomentar la lectura entre los jóvenes. También es una pena que no se estudie latín y se olvide de dónde proviene el español, sabiendo latín se facilita el aprendizaje de otros idiomas, en especial si tienen declinaciones.

Ningún pueblo puede ser considerado como libre y democrático si sus ciudadanos no están preparados intelectualmente para interpretar la realidad con sentido crítico. Esto sin desdeñar que, asimismo, es imprescindible conocer y comprender los mecanismos y los efectos del desarrollo científico y tecnológico. El conocimiento es multidisciplinar.

 

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