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Cierzo

Era él

Era él

Dicen que respiramos trece veces por minuto. Es posible. No estoy yo para contarlas. Pongo el carné sobre la mesa y controlo mi respiración. Estoy aquí para superar un examen y tengo que concentrarme. Contemplo el folio manchado de letras negras e inspiro profundamente. Alea jacta est. El bolígrafo me tiembla entre los dedos al escribir mi nombre.

No entiendo nada. Bien. Mi futuro laboral depende de esta prueba y estoy nerviosa. Las palabras parecen desprenderse de la página y me retan a leerlas. Me esfuerzo. Soy una experta en literatura. Resolveré el enigma. La primera frase me invita a desvelar el nombre de su autor. De eso se trata, de averiguar quién es. Fragmentos en latín, en inglés, en italiano, en francés y castellano. Me concentro. Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce… Trece páginas. Fragmentos descabalados. No hay historia, sin hilo conductor no hay nada.

Hay quien lo consigue a la primera, pero los dos primeros fracasos no me preocupan. La gloria del éxito corresponde a los fuertes, a los incansables, a los voluntariosos. No voy a ofuscarme. Encontraré algo, un indicio. Mi olfato avezado por miles de lecturas dará con la solución.

Quedan pocos minutos y nadie se ha levantado aún para entregar el examen. No han desentrañado el misterio. Seré yo. Tengo que ser yo. Mi respiración se acelera. Siento miedo, una sensación de angustia aterradora. Treinta segundos. Me caso para no estar solo: ¡Es él!

 

 *Leer el relato ¿Él? de Guy de Maupassant

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