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Cierzo

Desfogue

Desfogue

La biblioteca no está muy concurrida, hay un hombre sentado frente al reproductor de películas y tres niños pequeños de entre dos y cinco años que se persiguen corriendo y gritando por la sala. Varios lectores se miran entre sí y asienten con la cabeza pues comparten idéntica desaprobación. La bibliotecaria se acerca a los pequeños y les pide que se estén quietos y en silencio porque molestan a los demás, sus palabras son desoídas y entonces se dirige al hombre que visiona Gladiator. Cerda, racista, le suelta malhumorado por la interrupción. La bibliotecaria regresa al mostrador y le tiendo los libros que tomo prestados. Tiene los ojos arrasados en lágrimas. Será posible. ¿Ha oído lo que me ha llamado? Trae a los niños cada tarde y a veces los deja solos, como si esto fuera una guardería, les da de merendar y eso que sabe que está prohibido comer aquí. Los críos han manchado y han roto libros. A mí me dan pena porque sé que en casa no tienen calefacción y vienen aquí para estar calientes. Desde luego. Le dedico un gesto comprensión, no es la primera vez que escucho cómo tildan a alguien de racista por recordar unas normas que nos afectan a todos.

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