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Cierzo

Por qué escribo

Por qué escribo

El escritor ¿nace o se hace? ¿Es un artista? ¿Es un bohemio? ¿Es un masoquista? ¿Los libros se escriben a mano o a máquina? Pero antes que nada: ¿por qué escribir?

En un proceso como éste, de gran complejidad humana, cabe una enorme diversidad de experiencias y los autores han dado a esta pregunta respuestas muy variadas, como: "porque constituye mi única posibilidad de existencia interior" (F. Kafka), "escribo para sobrevivir" (Unamuno), "para saber por qué escribo" (A. Moravia), "para investigar la ambigüedad" (A. Burgess), "para ordenar el caos" (A. Gala), "para vivir otras vidas" (R. Chacel), "para olvidar la realidad" (C. Martín Gaite), "para no hacer cosas peores" (M. Vargas Llosa), "para ganar dinero" (K. Follett)...

De entre todas las anteriores, yo me adhiero a la de Rosa Chacel, aunque, con un matiz, pues para mí es más importante el por que el para, el impulso que me mueve que la meta que alcanzo, ya que, básicamente, escribo por necesidad, porque no puedo evitarlo. Y la consecuencia de que escribir sea una necesidad vital es que se crea con la pasión, con las vísceras, y no sólo con la inteligencia y con la técnica lingüística. Se busca la emoción, transmitirla al lector, más que la admiración. Aunque también me mueve la recompensa de ser leída, para qué engañar a nadie.

No tengo nada que objetarle a aquél que escribe por dinero, motivo legítimo donde los haya, ni a quien esgrima cualquier otro argumento, pero cuando se escribe para algo, la literatura es un medio y cuando se hace por algo, es un fin en sí misma. Por eso sé que mientras viva escribiré, me es indispensable. No me importa si publico, si gano premios literarios, si me reconocen por ello o no. No pretendo nada de la literatura, sólo hacerla. ¿Pero de dónde surge la necesidad de escribir? ¿Por qué alguien deviene escritor? La Psicología me ha enseñado que este tipo de escritura, la nacida de las entrañas del autor, es una excelente terapia, ya lo dijo Hemigway: "Mi psicoanalista es mi máquina de escribir", y es que escribir puede librarle a uno de muchas tensiones, que se descargan en el papel. Escribir es desnudarse, exhibirse, aunque sea bajo una máscara que puede ser más reveladora incluso que el propio rostro. Si bien, además de mostrarse, el autor se descubre a sí mismo escribiendo, viaja a su mundo interior, nunca del todo investigado, y redescubre aspectos de su vida que yacían enterrados en el subconsciente.

Un escritor se hace al mismo tiempo que hace, y crecer en todos los sentidos, además de en el creativo, es otra de las motivaciones que tengo a la hora de escribir, pero ¿por qué de entre todas las artes creativas o incluso de la ciencia uno elige la escritura? Supongo que el gusto por la literatura se larva ya desde la infancia y que el ambiente en el que nos desarrollamos resulta decisivo. Yo tuve la fortuna de nacer en un hogar donde había libros y de aprender a leer a temprana edad, me gustaba aislarme en cualquier rincón y disfrutar de un rato de lectura, lejos del suelo y de los otros, en el reino de la fantasía. El Buscón, El Lazarillo, Palacio Valdés y Cervantes estaban en un estante, al alcance de mi mano, y ellos me acompañaron en mi niñez.

Junto a la ventaja ambiental, considero decisivos ciertos aspectos negativos que viví durante aquella etapa de mi vida, aspectos que me obligaron a esquivar el mundo real y guarecerme en otro menos inhóspito. Hoy, como adulta, comprendo que la lectura fue un refugio, una salvación, además de una forma de evadirme de la realidad que me circundaba. Imagino que mi caso no es único, que somos muchos los que hemos llegado a la pluma a través de la lectura, y que los escritores somos gente un tanto insegura, por eso, en lugar de hacer, escribimos.

La literatura me ha hecho a mí, a contribuido a moldearme, y ahora que yo intento hacer literatura, a la par que creo, me enriquezco con nuevas experiencias, vivo otras vidas, me identifico con ellas, soy como una esponja absorbiendo cuanto me rodea, reúno los elementos con los que después iré trabajando, capto los detalles de mi entorno, interpreto el mundo, porque, además de exhibicionista, un escritor es voyeur.

Según mi experiencia, al margen del acto racional de escribir, existe la inspiración, ese hálito que percibimos dentro de nosotros y que no sabemos muy bien de dónde surge ni por qué. De repente, una idea cobra vida en nuestra mente con inusitada energía, se impone por sí misma, ajena a nuestra voluntad, nos obsesiona, y sabemos que sólo nos libraremos de ella desarrollándola. ¿Elige un autor el tema de su obra o bien el tema le elige a él? La inspiración puede brotar de cualquier parte, nos la proporciona una persona que pasa a nuestro lado, una lectura, un hecho, un paisaje, nuestro propio yo. Todo puede servir.

Progresivamente, el material inicial va creciendo, ya que unos datos me llevan a otros, y porque la imaginación, estimulada por los descubrimientos, no deja de funcionar, de sugerir, de inventar. Con todos los ingredientes recopilados elaboro un argumento. Al principio trazo el plan de la obra, aunque este proyecto inicial permanezca abierto a sucesivas modificaciones, que en ocasiones van surgiendo sobre la marcha, porque juzgo que estructurar demasiado la historia es encorsetarla con un rigor artificioso que resta espontaneidad al relato y mata su frescura.

A veces la trama topa con caminos inesperados, que nunca hay que dejar de explorar, y el curso de los acontecimientos cambia; o un personaje se rebela al destino que le he impuesto, quizás ello se deba a que ha cobrado vida propia, como aseguran algunos autores, no seré yo quien afirme que mis personajes viven, pero sí que su rebeldía, lejos de sorprenderme, me hace pensar que algo de personalidad he logrado infundir en ellos.

Resumiendo, planifico, pero no demasiado, ni para vivir ni para escribir sirve de nada el exceso de cálculo, más bien conviene, como sugiere Nietzsche, andar un poco desprevenido. En cambio, cuido mucho la verosimilitud, la psicología de los personajes, la estructura, procuro lograr la armonía entre los diversos elementos, mezclar los episodios, no obviar los datos significativos. Me guío por la intuición y la experiencia, sin preocuparme por si mi obra es vendible o no, ni por si se atiene a la moda del momento o a cualquier otra circunstancia ajena a mi brújula interior.

Por descontado que corrijo, y mucho, soy una perfeccionista acérrima. Pulo mi prosa para eliminar deficiencias, pero sin ninguna mortificación estilística. Si algún pasaje requiere lirismo, trato de dárselo, pero mi meta no es una frase memorable, sino un relato expresivo en su conjunto. Una historia no es sólo lo que cuentas, sino, sobre todo, cómo lo cuentas.

Asumo que soy culpable de mis propios textos y a pesar de pertenecer a esa desdichada grey de quienes viven el oficio de escritor como una especie de obsesión, me compensa con creces la emoción de escribir y de crear, y que, de tanto en tanto, alguien me diga que se ha emocionado leyendo algo mío. Y es que cuando uno se confiesa enamorado de la Literatura, ya lo ha dicho todo.

1 comentario

primo -

Maria,soy uno que muchos días me emociono cuando te leo.Eres mi blog favorito,gracias por los ratos que me haces pasar.
Saludos.