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Cierzo

En el ascensor

Habías pulsado el botón de llamada y la puerta se abre ante ti, basta una ojeada para ver a las cuatro personas que hay en el interior del ascensor. No hay mucho espacio, pero si los demás retroceden un poco, es posible que quepas.

Entonces comienza a desplegarse una especie de magia. Como si la escena hubiera sido ensayada miles de veces y todos se hubieran puesto de acuerdo con anterioridad, cada persona se desplaza al lugar adecuado. El tipo del fondo a la derecha arrincona las bolsas del super, la chica que está delante de él da un paso atrás para no golpearte con su mochila. Así han hecho sitio, tú entras y la puerta se cierra. Todo el proceso se desarrolla sin mediar palabra y sin apenas contacto visual, por descontado, tampoco hay contacto corporal pese a lo reducido del espacio. Nadie ha dicho: Por favor, ¿le importaría acercarse a los demás para hacer sitio? A ninguno de los presentes se le ha ocurrido plantarte cara y decirte: No cabe nadie más.

En el siguiente piso desciende el hombre con las bolsas de compra. El resto de pasajeros ha intuido sus intenciones porque se ha agachado a recoger las bolsas. El grupo se mueve y se reorganiza para facilitarle la salida del ascensor. Un nuevo pasajero entra y vuelve a repetirse la operación hasta que cada uno vuelve a estar en el lugar correcto.

Pero, ¡horror! El recién llegado apesta a sudor. Sin embargo, a nadie se le ocurre decirle: ¿Sabe que existe una cosa llamada jabón? Podría usarlo de vez en cuando. Nadie se tapa la nariz haciendo un gesto elocuente. Ambas conductas resultarían de pésimo gusto, por eso nadie deja traslucir su incomodidad.

Los viajes en ascensor son episodios en los que personas absolutamente desconocidas se apiñan en un espacio muy pequeño. En realidad, este hecho podría dar lugar a situaciones especialmente conflictivas, pero sucede justo lo contrario. Cualquiera que suba en un ascensor puede confiar en que su encuentro con extraños transcurrirá sin roces y con discreción, contando con que no te quedes colgado, obviamente. El viaje en ascensor constituye uno de los mejores ejemplos de la civilización occidental. El proceder civilizado supone no imponer ni importunar a nadie con nuestros requerimientos personales. En su lugar existen las convenciones sociales, la etiqueta, los modales, la cortesía y otras muchas reglas que regulan el trato entre personas. La mayoría de estas reglas las captamos sin ser plenamente conscientes y las dominamos sin tener que pensar, pues la cotidianeidad civilizada se compone de innumerables escenas aprendidas y convenidas.

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