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Cierzo

Delirante megalomanía

Si tomamos el año civil como medida de edad de la Tierra, la edad del género humano apenas llega a las dos últimas horas del último día de diciembre; el homo sapiens no hace su aparición hasta la última media hora y su historia propiamente dicha sólo abarca el último minuto y medio. Pues bien, únicamente estos noventa segundos ofrecen verdadero interés; todo lo demás, todo cuanto precede a la historia humana, será calificado desdeñosamente de prehistoria. Protágoras lo dejo escrito: “El hombre es la medida de todas las cosas”.

Llevado de una delirante megalomanía, el hombre atribuye efectos cómicos a cualquier obra suya, incluso a los pecados; durante el diluvio decretado por Dios en castigo de las prevaricaciones humanas, la catástrofe fue tan completa, que hasta los peces que no pudieron entrar en el Arca de Noé murieron ahogados. El hombre se ha erigido en medida y canon de todo lo existente. Decimos que es grande un autobús de dos pisos, un edificio de sesenta plantas, un libro de mil quinientas páginas. Pero un elefante no es grande, es desmesurado. ¿Hay algo más arbitrario que nuestros criterios de belleza y fealdad? Sólo en ciertos instantes de gran lucidez, algún profesor de estética especialmente comprensivo ha sabido ampliar su criterio al percatase de que lo más hermoso del mundo, para un sapo, es una sapa. El hombre domina y dictamina. Decide lo que es justo o injusto; determina incluso lo que es verdad y lo que no lo es. El hombre ha llegado a afirmar incluso que las lágrimas de los cocodrilos son falsas.

“El hombre es la medida de todas las cosas”. Sería una excelente frase de humor si fuera una broma sarcástica. Por desgracia, Protágoras hablaba muy en serio. Lo que pudo haber sido un rasgo muy meritorio de humor negro se convierte en pretexto para el humor más flagelador, porque esta frase fue pronunciada con absoluta seriedad, porque esa frase era y sigue siendo la divisa exacta de nuestro orgullo, justamente ridículo en la medida en que es sincero. El hombre se ha constituido en centro y eje del universo entero. Efectivamente, nuestro mundo es un orbe antropocéntrico. La llamada Historia Universal narra tan solo la historia de la humanidad, la Biología, con una visión algo más amplia, estudia la vida del hombre y también de sus antepasados, incluidos los monocelulares. La Lógica ha decretado cuándo dos cosas son imposibles: cuando no caben juntas en la cabeza de un filósofo. La Moral fijó taxativamente las fronteras entre el bien y el mal: lo que es bueno o malo para el hombre. La Religión, cuando no ha divinizado al hombre, ha humanizado a Dios.

Todo cuanto carece de denominación humana carece de existencia. No existe lo que está más allá de eso que llamamos el firmamento, ni lo que está por debajo de eso que llamamos subconsciente, ni lo que está por encima de eso que llamamos Dios. Distintas maneras de nombrar el finisterre. Porque alejarse de la Tierra es penetrar en la nada, probablemente a través de la demencia. Cuando la Luna era lo más remoto que podíamos concebir, llamábamos lunáticos a los locos, y todavía en el Reino Unido al manicomio se le llama State Lunatic Asylum. Si en algo estamos de acuerdo los humanos es en proclamar la excelsa dignidad del hombre y los principios sacrosantos del humanismo. ¿Humanismo? Sucede que el hombre es humanista de modo tan irremediable como el buey es bovino, pero también con la misma parcialidad con que un catalán suele ser catalanista y hasta con la misma obcecación con que un madrileño es partidario del Real Madrid.

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