Blogia
Cierzo

Castrati

Castrati Es en el siglo XVI cuando, tras la prohibición del papa Pablo IV de que las mujeres cantaran en San Pedro, los castrati hacen su aparición cantando en las iglesias. Dicha prohibición se basaba en una particular interpretación de las palabras de San Pablo: "las mujeres deben mantener silencio en la Iglesia". Fue así como niños y varones castrados reemplazaron a las voces femeninas. Tiempo después, la medida se extendió también a los teatros de los estados pontificios, donde se consideró inadmisible la presencia de mujeres en los escenarios, y de esta manera muchos de estos notables cantantes consiguieron la fama y colosales fortunas personales interpretando tanto papeles masculinos como femeninos. Incluso varias obras de los siglos XVII y XVIII, en los que el rol de un hombre aparece escrito para soprano o contralto, estaban pensados específicamente para ser interpretados por castrados, ya que podían alcanzar estos registros.

Los aspirantes a castrati acostumbraban a ser niños de familias humildes y con aparentes aptitudes para el canto. La posibilidad de alcanzar un estatus privilegiado y unos considerables beneficios económicos actuando en ceremonias religiosas, teatros o cortes constituía un acicate no sólo para el artista sino para sus familiares y su representante, y ante tan tentadora perspectiva los elegidos se sometían a la extirpación de los testículos antes de llegar a la pubertad. El cuerpo del castrato crecía sin el aporte debido de testosterona, por lo que su laringe no se desarrollaba, y siendo privado de los testículos antes del cambio, se preservaba la voz infantil. Al aumentar también la capacidad pulmonar y la fuerza muscular y gracias a años de entrenamientos respiratorios y ejercicios vocales, la voz de los castrati adquiría una peculiaridad única, era aguda, dúctil y flexible como la de un niño, brillante y potente como la de un adulto. Por desgracia, muchos chavales morían a los pocos días de realizarse la intervención, ejecutada por un médico o un simple barbero, con una rudimentaria anestesia -se llevaba al paciente a la semiinconsciencia emborrachándolo con ron o comprimiéndole las carótidas hasta causarle el desmayo- y careciendo de la más mínima asepsia, otros no llegaban a conseguir la voz deseada y terminaban sus vidas como apestados, incluso la Iglesia, que mantenía una doble moral al respecto, los castigaba con la excomunión si llegaba a saberse que se había practicado la castración de forma ilegal, es decir, sin poder justificarla como consecuencia de una enfermedad o accidente, asimismo se les negaba el derecho a ser enterrados en tierra sagrada por no estar “completos”.

El castrado más famoso, y quizá el más grande en toda la historia de la ópera, fue Carlos Broschi, nombre que él relegaría a un segundo plano al adoptar el de Farinelli como una forma de agradecimiento hacia los hermanos Farina, mecenas que pagaron durante muchos años sus estudios y manutención. Farinelli estudió en Nápoles bajo la tutela de Nicola Porpora, notable maestro de canto y compositor de óperas, e hizo su debut a los16 años de edad en Roma, en 1721. Su portentosa voz, su gran habilidad para el desarrollo de las florituras y su enorme capacidad expresiva le convirtieron en una celebridad en su época. Por su asombroso talento fue literalmente idolatrado por cuantos le escucharon, era un hombre culto y dotado de una natural simpatía y distinción con las que se granjeó la amistad y protección de reyes, emperadores y del mismo Papa. Gracias a su formidable currículum, en 1737 viajó a España para remediar con su canto el estado de profunda depresión que padecía Felipe V. Durante más de veinte años como cantante personal del monarca logró tal amistad e influencia sobre éste que llegó a decidir cuestiones de estado. En la historia han quedado descritas las espectaculares proezas vocales de Farinelli. La extensión de su voz superaba las tres octavas, podía sostener un sonido durante más de un minuto ampliando o disminuyendo el volumen a voluntad y en un aria especialmente escrita para él realizaba vocalizaciones durante catorce compases con una sola toma de aire. Testigos de su virtuosismo destacan la emotividad prodigiosa de su canto, se dice que los hombres lloraban y las mujeres se desmayaban al escucharlo.

A finales del siglo XVIII numerosos los intelectuales criticaron la castración por considerarla una práctica aberrante. Voltaire y Rousseau la condenaron calificando a los progenitores que la consentían de "padres bárbaros" y tildando de "verdaderos monstruos" a quienes la habían sufrido. Poco a poco las ideas libertarias de la Revolución Francesa fueron calando en la sociedad y en 1798 el papa Benedicto XIV permitió que las mujeres actuaran en los escenarios teatrales y se declaró ilegal la amputación de cualquier parte del cuerpo, salvo en caso de absoluta necesidad médica; pese a todo, la castración continuó practicándose y, aunque en 1830 desaparecieron de la ópera, los castrati siguieron actuando en el Vaticano y en otras iglesias hasta que un decreto del papa León XIII, en 1902, prohibió definitivamente la utilización de castrados en las ceremonias eclesiásticas.

Alessandro Moreschi está considerado el último de los castrati, se retiró en 1913 y su voz se guarda en una grabación realizada en 1902 y reeditada en Perla “Opal” nº 9823 que lleva por título Moreschi el último castrati, en ella se recogen diecisiete fragmentos musicales del cantante junto al coro de la Capilla Sixtina. Debido a los precarios medios con los que fue registrada y al paso del tiempo, la calidad de la grabación es mala, no obstante, en ella se aprecian las cualidades de esta representativa voz y constituye el único documento sonoro de castrati que se conserva en el mundo.

Durante tres siglos se vulneraron las más elementales normas éticas, morales y legales con objeto de obtener la voz pura y virginal de un ángel. Es difícil saber si el precio que pagaba el castrado a cambio de la gloria y la riqueza le compensaba de la terrible mutilación que padecía, lo que no podemos obviar es que la historia de la música sería otra sin estos mitos del canto.

0 comentarios