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Cierzo

Pseudoigualdad

Por mucho que cualquier padre o madre se esfuerce, y el suyo será siempre un empeño loable, los hijos, los de todos, estarán recibiendo influencias distintas de los diferentes sexos. Es posible que no nos demos ni cuenta, pero los roles hombre-mujer están muy acentuados en una pareja con hijos. Los hijos recurren a su madre para que les comprenda y a su padre para que les entienda. Seguro que cuando plantean un problema, su padre les aconseja que opten por la vía expeditiva y su madre por otra más conciliadora. Cuando un chaval salga con chicas, su padre le dirá: "Tírate a las que puedas" y su madre: "Ámala y no le hagas daño".

No se trata de un fenómeno cultural. No es cierto que estemos hechos del mismo barro y la historia y la sociedad nos moldeen de un modo distinto. Es que, aun valorando en su justa medida el peso de las tradiciones y de la educación en los comportamientos masculino y femenino, no nos queda más remedio que admitir que los hombres y las mujeres presentan, de entrada, diferencias congénitas.

En sexualidad, amor, intereses, sistema de valores... no reaccionamos igual por razones básicamente biológicas. A principios de los ochenta, en el siglo pasado, se observó que el cerebro tenía sexo. Neurobiólogos de la Universidad de Yale, a través de resonancias magnéticas, establecieron que el cerebro de un hombre y el de una mujer no funcionan de la misma forma. Las mujeres utilizan ambos hemisferios cerebrales para numerosas tareas, en el cerebro del hombre los hemisferios están más especializados y se utiliza uno u otro en función de la tarea a desarrollar; el cuerpo calloso, encargado de hacer llegar la información a los dos hemisferios cerebrales, es más voluminoso en las mujeres... Los resultados son que para alcanzar un idéntico objetivo, empleamos estrategias completamente distintas. No tenemos el mismo sentido de la orientación, ni la misma capacidad verbal ni perceptiva, ni la misma aptitud para las matemáticas. La sensibilidad táctil de una mujer es notablemente superior a la de un hombre, también es superior su agudeza auditiva y olfativa, la coordinación ojo-mano. El hombre está mejor dotado que la mujer para la percepción de los espacios y la utilización de informaciones espacio-visuales, su capacidad para visualizar objetos en tres dimensiones y sus movimientos.

No olvidemos el papel importantísimo que juegan las hormonas en la diferenciación sexual. Se ha comprobado que niñas que padecen enfermedades que producen una secreción excesiva de testosterona demuestran aptitudes psicomotrices, visuales, etc. idénticas a las de los niños de su edad. Los hombres y las mujeres fabricamos las mismas hormonas pero en proporciones inversas. Veinte veces más testosterona en ellos que en ellas, esto explica una mayor agresividad y un espíritu de competición mayor en los varones. Por un caso de crueldad entre mujeres, se contabilizan quince entre hombres.

La testosterona explica nuestros diferentes comportamientos sexuales. En todas las especies los machos demuestran un apetito sexual mayor al de las hembras. La violación e incluso las perversiones sexuales son conductas casi exclusivamente masculinas. Los hombres necesitan más satisfacciones puramente sexuales que las mujeres. La masturbación, aun viviendo en pareja, es practicada por un 67% de varones y por un 22% de mujeres.

El cerebro y las hormonas son factores determinantes en la conducta diferente de hombres y mujeres, pero estas diferencias pueden verse exacerbadas o atenuadas en función de factores históricos o culturales: entorno, tradición, educación. Aunque lo esencial no es esto. Más importante es terminar con la pseudoigualdad hombre mujer, que con el pretexto de una humanidad común, pretende que nuestras sensibilidades, nuestras reacciones y nuestras estrategias sean idénticas. Hay que aceptar a cada sexo como es y no conceder a nuestras diferencias más valor del que merecen.

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