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Cierzo

Los seis sabios con más suerte de la Historia

WILHELM CONRAD RÖNTGEN Y LOS RAYOS X.¡PERO SI ERES TODO HUESOS!

A finales del siglo XIX, tras descubrirse las radiaciones electromagnéticas, muchos investigadores comenzaron a bucear en sus recovecos. Al alemán Röntgen las que le interesaban eran las catódicas. En su laboratorio, en una oscuridad absoluta, estudiaba sus características y su trayectoria en el vacío.

Un día vio, por un momento, una luz que parpadeaba en la pared. «Imposible», pensó. Tras comprobar que no había resquicio alguno en la habitación, dedujo que el haz provenía de su experimento: un rayo de luz invisible había rebotado en el interior del tubo con el que trabajaba y se había reflejado en una tarjeta de material fosforescente.

Pero la sorpresa aún estaba por llegar. Comprobó qué ocurría si colocaba un naipe en la trayectoria del rayo. Nada. Probó con la baraja. Tampoco. Entonces cogió una lámina de plomo. Y esta vez sí ocurrió algo: a través de ella podía ver los huesos de la mano de su mujer, que aguantó horrorizada las sesiones de Rayos X a las que le sometió las semanas siguientes.

JOHN DALTON Y EL DALTONISMO. EL HOMBRE QUE VEÍA FLORES AZULES

Las contribuciones a la ciencia de este químico y físico británico fueron múltiples. Sin embargo, su apellido ha pasado a la historia para definir un defecto visual que él mismo tenía. En 1792 se percató de que algo anómalo ocurría con su percepción del color: un geranio que durante un día había visto de color celeste (era rosa) le pareció rojo a la luz de las velas.

Para averiguar qué había pasado, convocó a unos amigos y, como Dalton esperaba, todos afirmaron que el tono de las flores no variaba. Todos menos uno, su hermano. En aquel momento se convenció de que algo fallaba en su vista y de que, fuera lo que fuera, se trataba de un mal congénito. Para explicarlo, estableció la teoría de que su humor vítreo (la sustancia gelatinosa que deja pasar la luz a la retina) era de color azul y ejercía como filtro que deformaba los colores. Entonces decidió legar su cuerpo a la ciencia para que su ayudante diseccionara sus ojos a su muerte y comprobase si estaba en lo cierto.

Dalton murió en 1844 y Joseph Ransome siguió sus instrucciones, pero no halló nada anormal. En 1995, un grupo de fisiólogos de Cambridge rescató esos ojos para establecer el diagnóstico definitivo: Dalton era deutérope, lo que le impedía procesar correctamente las longitudes de onda intermedia y percibir correctamente el rojo y el verde. En dos palabras: era daltónico.

HENRI BECQUEREL Y LA RADIOACTIVIDAD. LA CULPA FUE DE UN DÍA NUBLADO

Su trabajo sobre la radioactividad le hizo ganar el Nobel de Física en 1903. Lo compartió con Pierre y Marie Curie.Sólo un año después de que Röntgen hallara sus rayos X, Henri Becquerel ya jugaba con ellos en su laboratorio de París. Uno de sus experimentos consistió en poner una cruz de cobre sobre una placa fotográfica y cubrirlo todo con papel negro y un cristal fosforescente compuesto de uranio.

El objetivo era repetir el hallazgo de Röntgen, pero a la inversa. Si él había descubierto los rayos X al producirse un rayo secundario de la luz invisible, Becquerel quería investigar las cualidades de una radiación secundaria de la luz visible como el sol. Para ello necesitaba someter su experimento a la radiación solar. Pero esos días París amaneció cubierto, de modo que el científico guardó su experimento en un cajón.

A los pocos días, cansado de esperar, decidió revelar la placa fotográfica para ver qué había ocurrido. Contra todo pronóstico, la cruz de cobre había dejado su huella en el papel fotográfico con tanta intensidad como si se hubiese expuesto a la luz solar. Becquerel pensó que las responsables debían de ser las radiaciones del uranio.

Para comprobarlo, se puso a investigar con otros compuestos de este mineral, hasta que dio, en 1896, con uno que multiplicaba sus efectos: la petchblenda. Todo quedó aquí, pero, sin saberlo, Becquerel había hallado la radiactividad, la fuente de energía conocida más potente, que fue bautizada así en 1898 por el matrimonio Curie.

WILLARD LIBBY Y EL CARBONO 14. ¿DATAR UN PINGÜINO? AL HORNO CON ÉL

El método de datación con el isótopo radioactivo carbono 14 hizo que Libby ganase el Nobel de Química en 1960. Chicago. Años 50. Sala de reuniones de laboratorio Koshlad. Un grupo de investigadores discute sobre el problema que les plantea Willard Libby y que necesita resolver para demostrar la validez de su teoría de la datación por medio del carbono 14.

Para comprobar que efectivamente puede averiguar a qué época se remonta cualquier resto, necesita comparar los datos con muestras modernas de composición de carbono. La frustrante lluvia de ideas de esa reunión se centra en un pingüino traído de la Antártida para las investigaciones de Libby, al que necesitan extraer muestras de carbono.

Pero ¿cómo? La reunión no ofrece resultados, pero, una vez en casa, su mujer le da la solución: si lo asa al horno y recoge la grasa que el animal suelte, podrá oxidarla posteriormente para obtener de ella el ansiado CO2. Así fue como el asado de pingüino de Libby, que nadie probó nunca, entró a formar parte en el desarrollo de la técnica que ha revolucionado la arqueología.

C. SCHÖNBEIN Y LA NITROCELULOSA. ESTABA EN CASA Y ORGANIZÓ LA GORDA…

Además de la nitrocelulosa, Schönbein descubrió el ozono (O3), que forma la capa protectora de la Tierra.La cocina doméstica se ha visto mezclada en más de una ocasión con los avances científicos. El químico alemán Christian Schönbein nunca tenía suficiente con los estrictos horarios de los laboratorios de la Universidad de Basilea (Suiza), que cerraban a la hora del almuerzo. Por eso era frecuente que durante esas horas de comida continuase con las investigaciones en su domicilio.

Corría el año 1846, y un matraz que contenía una mezcla de ácido sulfúrico y nítrico se rompió. La corrosiva combinación cayó sobre la encimera de su cocina y Schönbein se apresuró a recoger el líquido utilizando un delantal de algodón. Aún no era consciente de ello, pero acababa de mezclar los ácidos sulfúrico y nítrico con la celulosa del algodón, los tres ingredientes de la nitrocelulosa, un poderoso explosivo.

Pero bien pronto se dio cuenta del poder de la mezcla. Una vez absorbida la sustancia, aclaró el delantal con agua y lo puso a secar sobre la estufa. Al poco tiempo hubo un fuerte estallido, sin nada de humo, y cuando se acercó a ver qué había ocurrido, el delantal había desaparecido por completo.

Había desarrollado un potente explosivo que también se conoce como algodón pólvora. Treinta años después del hallazgo, el sueco Alfred Nobel, famoso hoy por los premios que llevan su apellido, patentó un derivado del explosivo descubierto por Schönbein: la dinamita.

ALEXANDER FLEMING Y LA PENICILINA. ESOS TUBOS OLVIDADOS LLENOS DE MOHO

Fleming no se caracterizaba por su pulcritud en el laboratorio. Afortunadamente, porque gracias a ello realizó sus dos grandes descubrimientos: la lisozima, un antiséptico presente en las lágrimas, y la penicilina, la base de la mayoría de los antibióticos actuales.

El británico conservaba sus cultivos sobre su mesa hasta que la invasión de tubos no le permitía seguir investigando. Sólo entonces se deshacía de ellos. Pero antes los estudiaba para ver si se había producido algún fenómeno digno de atención.

El de consecuencias más relevantes ocurrió en 1928, cuando investigaba las bacterias estafilococos y uno de los cultivos se contaminó de forma accidental por un hongo que posteriormente fue identificado como Penicillium rubrum.

Su meticulosidad le llevó a observar el comportamiento del cultivo y comprobó que alrededor de la zona inicial de contaminación, los estafilococos se habían vuelto transparentes, lo que interpretó correctamente como efecto de una sustancia antibacteriana segregada por el hongo.

Una vez aislado, Fleming lo probó con una amplia gama de bacterias y observó que muchas resultaban destruidas. Así fue como, por casualidad, realizó el hallazgo médico más relevante del siglo XX.

Artículo de Daniel Méndez publicado en El Semanal (06/12/04)

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