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Pasado aséptico

Pasado aséptico El escudo de Aragón aparece por primera vez con su configuración actual en la portada de una Crónica de Aragón que escribe para Fernando el Católico el fraile Gauberto Fabricio de Vagad y se edita el año 1499; se reconoce oficialmente en el año 1612 mediante acuñaciones de monedas y en los escudos de la Diputación General de Aragón; el año 1921 resultó aprobado, según precepto, por la Real Academia de la Historia y en 1978 se incorpora como símbolo oficial de Aragón a través del Estatuto de Autonomía Aragonesa.

El escudo de Aragón está constituido por cuatro cuarteles. En el primero figura la Cruz de Sobrarbe sobre una encina y representa el antiguo reino de Sobrarbe, situado en el Alto Cinca. En el segundo cuartel aparece la Cruz de Iñigo Arista y recuerda a la primera dinastía de reyes de Aragón, que habitaban en el Valle del Ebro, en las sierras del sistema Ibérico y en los somontanos. La Cruz de San Jorge destaca en el tercer cuartel y rememora la victoria de las tropas cristianas, guiadas por Pedro I el año 1096 contra el ejército musulmán en la loma del Alcoraz. El último cuartel representa el Aragón moderno en las barras que constituían el “senyal” del rey Alfonso II.

Las cuatro cabezas de moro cortadas que acompañan a la Cruz de San Jorge en el tercer cuartel no son del gusto de la comunidad islámica de Zaragoza, su secretario general, Abdel Kader, asegura que suponen "una violencia que no llama a la tolerancia ni a la concordia" y ha pedido que se eliminen del emblema. Al Ejecutivo aragonés le ha faltado tiempo para plantearse retirarlas aprovechando la reforma del Estatuto de Autonomía. El presidente de la Comunidad aragonesa, Marcelino Iglesias, ha manifestado que "este momento es ideal no sólo para aumentar el autogobierno, sino también para revisar los símbolos" y aunque todavía no se ha consultado al Consejo Asesor de Heráldica y Simbología, no cree que dicho cambio vaya a suscitar ningún problema.

Si el escudo de Aragón se hubiera diseñado este año, no lo consideraría de buen gusto, pero cuenta con más de medio milenio de antigüedad. La historia es la que es, nos puede agradar o no, pero no debemos cambiarla a menos que estemos dispuestos a perder la memoria de nuestro pasado. O nos mantenemos firmes y asumimos nuestra identidad con sus defectos y sus virtudes o lo ponemos todo patas arriba suprimiendo cualquier elemento con posibles connotaciones ofensivas. Porque yo puedo visitar Londres y ofenderme al ver en Trafalgar Square el monumento que conmemora la victoria de Nelson en la batalla de Trafalgar sobre las tropas españolas, pero jamás se me ocurriría instar al gobierno del Reino Unido a que lo derribe. Al igual que cualquier holandés que visite el museo de El Prado podría encontrar humillante el cuadro de Velázquez “La rendición de Breda” y no por eso ha pedido nadie que lo guarden en el almacén. Hasta ahora, ningún francés se ha manifestado en contra de los monumentos a los héroes de los Sitios que lucharon contra la invasión francesa... Y es que cuando uno pide respeto para sí mismo, tiene que estar dispuesto a respetar a los demás, porque puestos a ver pegas, poco quedaría de la historia de la humanidad tan aséptico como para no herir ninguna sensibilidad.

De prosperar la demanda de los musulmanes en Aragón, los de Asturias estarían legitimados para solicitar el cambio de la bandera del Principado por otra que no incluya la Cruz de Don Pelayo y los que viven en Burgos querrán que se retire la estatua ecuestre del Cid Campeador. En la Comunidad de Valencia tendrían que suprimirse las fiestas de Moros y Cristianos y sería aconsejable que aquellos ciudadanos cuyo apellido sea Matamoros lo sustituyeran por otro más acorde con las normas de corrección política al uso. La imagen de la Virgen en la fachada de El Pilar bien pudiera resultar provocativa para quienes consideran herejes a los cristianos... Poco a poco nos desharíamos de nuestro pasado sin tener en cuenta que lo que fuimos está en lo que somos.

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