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Cierzo

Reliquias sagradas

Una reliquia es una parte del cuerpo de un santo o cualquier objeto que haya tocado este cuerpo. Hasta que el Concilio de Trento (1563) puso orden: “Destiérrese absolutamente toda superstición en la invocación de los Santos, en la veneración de las reliquias, y en el sagrado uso de las imágenes”, en torno a las reliquias giraba un próspero negocio del que se beneficiaban monasterios, órdenes religiosas, señores feudales y regiones enteras de Europa. En el año 787, un concilio general había decretado: "Si a partir de hoy se encuentra a un obispo consagrando un templo sin reliquias sagradas, será depuesto como transgresor de las tradiciones eclesiásticas". Ningún obispo se atrevió a desobedecer, la Iglesia estaba propiciando la falsificación de reliquias.

El reclamo de una reliquia sagrada atraía a multitud de fieles a los mercados y convertía aldeas en ciudades florecientes. Los “souvenirs” traídos de Tierra Santa por los caballeros cruzados no alcanzaban para satisfacer la enorme demanda y la falta de existencias degeneró en la venta al por mayor de objetos falsificados. En la baja Edad Media, la autenticidad de una reliquia no era tan importante como su objetivo, en una época oscura y convulsa, la desesperación obligaba a las gentes a buscar un remedio rápido para sus males y los santuarios se llenaban de peregrinos ansiosos por idolatrar un fúlgido relicario con supuestos poderes milagrosos.

San Agustín denunció a impostores vestidos como monjes que vendían reliquias falsas. El Papa San Gregorio prohibió la venta de reliquias y la profanación de tumbas en las catacumbas, pero a pesar de ello no se frenaron los abusos. El surtido de reliquias es tan abundante y variado como pintoresco: las piedras con las que se lapidó a San Esteban; la esponja con la que Santa Práxedes recogía sangre de los mártires; las flechas que mataron a San Sebastián; los pechos de Santa Águeda; una oreja, la sandalia del pie derecho del apóstol San Pedro y eslabones de la cadena que soportó en su prisión; plumas de las alas del arcángel Gabriel; el suspiro de San José metido en una botella; un estornudo del Espíritu Santo, también embotellado; más de 60 dedos de San Juan Bautista; el velo, cinco gotas de leche de sus senos, lágrimas, el hígado, el corazón y la lengua de la Virgen María, así como 4 cabellos y varios trocitos de su camisa; tres cordones umbilicales, el primer pañal, una paja del pesebre donde nació, varios Santos Prepucios y unos quinientos dientes de leche del Niño Jesús; raspas de los peces multiplicados en el primer milagro del Salvador; una de las ramas de olivo que tenía el Nazareno en las manos cuando entró en Jerusalén; la cola del asno que llevó al Señor; el lienzo con el que Jesucristo secó los pies de los apóstoles antes de la cena pascual; un par de manteles, lentejas, una miga de pan y fragmentos de la mesa en la que se sirvió la Última Cena; más de media docena de ejemplares del Santo Grial; una campana de cobre fundida con una de las 30 monedas de Judas Iscariote; unas ochocientas espinas de la corona que llevó Jesús; tres ejemplares de la lanza que atravesó el costado de Cristo; medio centenar de santos sudarios; astillas de la vera cruz para llenar una carreta; pescado asado y pastel de miel, menú que Nuestro Señor comió con sus discípulos cuando se les apareció después de resucitar...

Reconozco que, de entre todas, la reliquia que más me ha sorprendido es la del Santo Prepucio. Según cuenta un Evangelio apócrifo, Jesucristo fue circuncidado, conforme a la ley, al octavo día de su nacimiento. La anciana judía que practicó la operación introdujo el Santo Prepucio en un vaso de alabastro con aceite de nardo y lo puso bajo la custodia de su hijo, comerciante de perfumes. Por esos caprichos que tiene el azar, el hijo vendió el recipiente sin hacer caso de la advertencia de su madre: “Guárdate de vender ese vaso lleno de nardo, aunque te ofrezcan por él trescientos denarios”, y el Santo Prepucio fue a parar a manos de María Magdalena, que utilizó el aceite perfumado para ungir los pies de Cristo.

El destino que tuvo el trozo de piel extirpado a Jesús originó un controvertido debate teológico que trajo de cabeza durante décadas a los grandes doctores de la Iglesia. ¿El prepucio, por ser la primera sangre derramada, tenía el mismo poder redentor que la sangre que vertió Cristo durante su pasión? ¿Ascendió al cielo con el cuerpo resucitado del Hijo de Dios o después de cortarse? Ciertamente, se trata de una cuestión peliaguda.

Mientras los altos jerarcas eclesiásticos se ponían de acuerdo, el Divino Prepucio protagonizaba asombrosas apariciones en las que se manifestaba en todo su esplendor ante los ojos de fervientes mujeres. En unos espectaculares trances místicos, Sor Agnes Blannbekin, una monja que murió en Viena en 1715, comulgaba con este pedazo del cuerpo de Cristo. Según decía, el prepucio, materializado en su boca, era dulce y carnoso y la llenaba de una gran sensación de gozo. Agnes Blannbekin no fue la única, otras muchas religiosas vivieron éxtasis parecidos, el asunto alcanzó tal trascendencia que incluso se escribieron varios tratados, como el célebre de A. V. Müller: “El sagrado prepucio de Cristo”, publicado en 1907.

El culto del Santo Prepucio disfrutó de una gran aceptación, en Charroux (Francia) se crearon cofradías como la Hermandad del Santo Prepucio, encargada de guardar la reliquia, muy venerada por mujeres embarazadas o que deseaban ser madres. Al Santo Prepucio se le atribuyeron innumerables milagros durante la Edad Media y varios más en 1856. En Francia contribuyó a un asombroso resurgimiento de la fe, la prueba es que en este año se vendieron veinte millones de medallas milagrosas de la bienaventurada Virgen María: dieciocho millones de cobre y dos millones de oro y plata. A comienzos del siglo XVI se contaban catorce prepucios, distribuidos en diferentes países: nueve en Francia, uno en Metz, Lorena; uno en Hildesheim, Prusia; uno en Amberes, Bélgica; uno en Santiago de Compostela, España; y uno en Roma, en San Juan de Letrán, el mismo que se encuentra hoy en Calcata. En el medioevo surgieron disputas entre las iglesias poseedoras de un Santo Prepucio debido a que cada una de ellas aseguraba que el suyo era el verdadero. Se le pidió al Papa Inocencio III que zanjara el conflicto, pero el pontífice, juzgando temerario pronunciarse al respecto, dejó el tema en manos de Dios. Años más tarde llegaría la solución: la Virgen María le habló a Santa Brígida para confirmarle que el auténtico prepucio de su Hijo era el adorado en Roma.

Una sociedad llamada Academia Preputológica se marcó el objetivo de restaurar el abolido culto al Prepucio de Cristo. El 15 de mayo de 1954 se celebró un cónclave en el cual se sometía a deliberación la propuesta de recuperar este culto, derogado por un decreto de 1900. Tras la exposición de los argumentos y acaloradas discusiones, los cardenales acordaron rechazar la solicitud, ratificando la condena de la veneración del Santo Prepucio. Existe pena de excomunión contra todo aquel que escriba o hable del Santo Prepucio sin permiso de la Santa Sede, y yo no lo tengo, de manera que con este artículo me he ganado una larga estancia en los dominios de Lucifer.

2 comentarios

Figdal -

Nunca antes había escuchado tal cantidad de barbaridades acerca del prepucio de Jesús, pero cuando se trata de la Santa Madre Iglesia Católica Apostólica Romana, no me extraña mucho. En fin, ahora sirve para hacernos reir. ¿Qué hubiera dicho Fontanarrosa, no?

luis -

yo lei el libro de muller y es interesante un abrazo