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Cierzo

Dear Oscar -Prólogo-

Dear Oscar -Prólogo- ¡Corazón! Aquí estamos los tristes y solos; escúchame: ¿por qué reí? ¡Oh dolor mortal!

Dear Oscar:

He venido hasta tu tumba en el Père-Lachaise para contemplar tu alma convertida en esta esfinge de piedra que te sirve de guardián. No puedo imaginarte polvo blanco, dormido en la oscura caverna de la muerte, porque tú eres Wilde: el mismo, sólo por sí mismo, eternamente, uno y único.

En este siglo de sueño te has perdido tantas cosas. Pocas buenas. Dos guerras mundiales, varias revoluciones, la degradación absoluta de los valores estéticos y artísticos, la llegada a Marte, la clonación de seres vivos, el gay power. Sí, has oído bien. La historia ha hecho de ti un precursor de la causa homosexual. ¿Te ríes? Pura ironía, cierto. Si tus enemigos levantaran la cabeza... No te quejes, tuviste los mayores éxitos que un artista puede desear... Y las peores calamidades que un hombre puede resistir. Lo sé, conozco tu vida, y también sé que no te limitaste a existir.

Si hubiera encontrado en el estanco tus Abdullah Imperial Preference, te habría traído una cajetilla, aunque tal vez prefieras el perfume de la rosa, una golondrina, como la del cuento. ¿El cigarrillo? No me sorprende, hace tanto que no aspiras su aroma. ¿Sobre ti? Entiendo tu curiosidad. Te diré que tus hijos vivieron una larga existencia en Europa, sin tener que sufrir por los pecados de su padre, que uno de tus nietos prepara una biografía que te hará justicia, que eres el autor más traducido después de Shakespeare, que tus obras perviven gracias a la magia de tus palabras. Tu luz no se apaga. ¿Eterno? Sí, eres eterno, dear. Tus hijos, tus amigos y todo aquel que haya comprendido que ha de hacerse perfecto a sí mismo, te ha hecho eterno. Conseguiste lo que pretendías, causar una gran sensación.

¿Yo? Intento escribir siguiendo tus consejos, me olvido del público, procuro decir bien lo que digo, y tengo en cuenta que la literatura no se lee. Claro que te admiro, por eso estoy aquí. De niña leí tus cuentos y me cautivaron porque eran distintos a los demás, a esos tan cursis que escribieron los Grimm, Andersen o Perrault. No me preguntes qué, pero había en ellos algo especial trascendiendo más allá de las palabras: tu innegable talento para seducir. Te has ido ganando mi aprecio obra tras obra hasta llegar a De profundis, donde te superas a ti mismo para ser sublime.

Empieza a llover y la humedad me empapa y penetra la piedra de tu mausoleo. Huele a flores, a tierra, a incienso que se enreda en los recuerdos. Sí, me marcho ya. A mí también me ha agradado conversar contigo. Aunque confieso que los cementerios me dan grima, hay algo inquietante en ellos: la muerte y sus triunfos ganados a la vida. ¿Escribirte? Desde luego. Te escribiré y seguiremos caminando bajo las estrellas.

Hasta siempre, dear.

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