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Cierzo

Aún puedo

Aún puedo El ordenador me mira con sorna, sabe que quiero y no puedo, que me faltan ideas, frases, que no consigo hilvanar una historia. Él me provoca, me llama, me hace guiños, sólo busca constatar mi fracaso, convencerme de mi derrota.

No me había pasado antes, pero sé que esto mismo les ha ocurrido a otros. Siempre he temido que pudiera sucederme, que el vacío sustituyese a mi creatividad y donde antes hubo cientos de proyectos por desarrollar, sólo quedase un páramo yermo.

Es duro el oficio de escritor, a fuerza de trabajar con las palabras, de doblegarlas, de usarlas, se convierten casi en enemigas: te esquivan, se esconden, juegan contigo, te asaltan, te obsesionan. Ahora permanecen agazapadas, tal vez a la espera de una frase ocurrente que les permita ordenarse una tras otra.

Siento cierto temor. ¿Y si este vacío es definitivo? ¿Si no hay manera de volver a contar nada? Mis ideas no tienen forma, no son más que reflejos desdibujados que me duelen. Esto es lo peor que le puede pasar a un escritor.

Antes estuvieron ahí, en mi mente, eran palabras tiernas, palabras tristes, duras, desgarradas, punzantes, sensuales, amorosas. Brotaban con fluidez, sin esfuerzo, sin que tuviera que horadar la pétrea barrera que me impide acceder a ellas.

El ordenador me susurra, se burla. Estás acabada, y yo no quiero darle la razón. Aún puedo. Aún soy capaz de crear. Demuéstramelo, me reta. Vamos, insiste. Estoy muerta de miedo, cojo papel y bolígrafo y le digo desafiante: “No te necesito”. Estoy segura de que sólo he de escribir una palabra, cualquiera, y las demás le seguirán.

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