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Cierzo

P-G

P-G Respecto a la sexualidad femenina han circulado desde tiempos inmemoriales infinidad de teorías a cuál más curiosa, todas tienen marcadas tendencias patriarcales, clasistas y son contradictorias.

El cristianismo nos había convencido de que la única función de la sexualidad femenina era la procreación, dentro del matrimonio evidentemente, y que el sexo era algo impuro y despreciable. Nadie se atrevió a contradecir la palabra de Dios, y así andaban las cosas cuando a Freud se le ocurrió decir que las niñas nos enamoramos de nuestras madres, pero un día descubrimos que los hombres tienen entre las piernas algo de lo que nosotras carecemos y la envidia de ese pene nos decanta a amar a nuestro padre y a padecer un complejo de Electra como la copa de un pino. Unos estudiosos señalaron que la mujer era incapaz de sentir el orgasmo ya que su aparato genital estaba específicamente diseñado para concebir y nada más, de ahí se dedujo que si una mujer decidía como opción personal que no quería procrear la pobre tenía algo trastocado en la cabeza; otros se pusieron a discutir si la mujer eyaculaba o no, si era capaz de experimentar orgasmos múltiples o sincronizados con los de su pareja, se llegó a afirmar que va implícito en la condición femenina el desprecio a todo contacto sexual...

Pero el mundo evoluciona que es una barbaridad y llegaron las feministas reivindicando la igualdad de la mujer respecto al hombre, la libertad sexual, y aprendimos que la masturbación no es pecado ni produce efectos secundarios nocivos para la salud y que el clítoris, debidamente tratado, puede proporcionarnos muy buenos ratos.

Las mujeres ya controlábamos nuestros embarazos y disfrutábamos de los placeres sexuales cuando alguien descubrió un misterioso punto G camuflado en algún lugar de la parte delantera de la columna vaginal, se trataba de una especie de interruptor destinado a ofrecer maravillosas sensaciones jamás antes conocidas. Encontrarlo se convirtió en el objetivo primordial de hombres y mujeres, pero el punto G parecía esquivo, pocos y pocas atinaban a dar con él, lo cual generaba alguna frustración que otra y daba origen a más de una mentira. Los hombres presumían ante sus amigos de haber localizado el puntito del gusto logrando que su pareja subiera al séptimo cielo. Las mujeres, para no ser tildadas de frígidas como antaño, aseguraban que sí, que el punto G era una gozada.

Pues bien, ahora nos confirman que el dichoso punto G era una engañifa y no existe. Resulta que las paredes vaginales están específicamente diseñadas para dar salida a la criatura al final del embarazo, así que es una zona poco sensible a fin de que el parto sea menos doloroso. Por consiguiente, el tejido que recubre las paredes vaginales no proporciona ninguna sensación de placer durante el coito y la inmensa mayoría de mujeres sólo llegan al orgasmo mediante la estimulación del clítoris.

Acabáramos, tanta expectación y tanta expedición fallida por los recovecos de la intimidad femenina para conocer que el punto G es en realidad la estructura interna del área clitoridiana. Menudo chasco y menudo alivio, con la de tiempo que hemos malgastado buscando la fuente de ese orgasmo sublime, el único y auténtico placer, ése que sólo podía conseguirse llegando al dichoso punto G. Por fin las mujeres absolveremos a nuestra pareja después de haberle acusado de torpe y manazas, por fin respiraremos aliviadas sabiendo que no padecemos ninguna malformación congénita que nos haya mutilado el punto G. A partir de ahora disfrutaremos de nuestra sexualidad sin que nadie nos diga cómo hemos de hacerlo, porque a estas alturas ya sabemos qué es lo que nos gusta y cómo obtener placer.

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